El rol de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) en la última dictadura es un tema complejo. Según familiares de desaparecidos, la DAIA guardó silencio frente a los secuestros y no se hizo una autocrítica. Según el libro “Ser judío en los años setenta: Testimonio del horror y la resistencia durante la última dictadura”, que Hernán Dobry publicó junto al rabino Daniel Goldman, “el accionar de los dirigentes pudo haber sido otro; pudieron haber ofrecido un marco de resistencia mucho más firme y tenaz”.
“Este es un tema del que se hablaba siempre dentro de la comunidad judía, pero nunca se había hecho demasiado público. Incluso, la DAIA evitó hacer cualquier tipo de mención al rol que jugó durante esos años en el acto de homenaje a los 1.500 desaparecidos judíos en Buenos Aires (el 7 de abril)”, le dijo Dobry a LA GACETA.
El periodista, también autor de “Los rabinos de Malvinas”, destacó que los golpes más duros en contra de la institución provinieron del periodista Jacobo Timerman. Después de haber sido secuestrado y torturado acusó a la DAIA y a sus directivos de complicidad con la dictadura y de haber actuado como los Jüdenrat durante el nazismo.
El libro resalta: “con sus aciertos y sus errores, Nehemías Resnizky, el más cuestionado de los presidentes de la DAIA (1974-1980), fue superado por los acontecimientos cuando pretendió afrontar la problemática de los desaparecidos. Además, tuvo que soportar los embates de ciertos sectores reaccionarios de la comunidad y, en especial, el del aparato burocrático de la institución que le tocó conducir, que públicamente denostaba a los familiares”.
En el libro, que mañana estará a la venta en las librerías de todo el país, el rabino Marshall Meyer, uno de los más fervientes luchadores por los derechos humanos en esa época, acordaba con esa apreciación. “La palabra complicidad es muy fuerte para endilgársela a la dirigencia comunitaria judía; creo que fundamentalmente lo que tenían era miedo, y además una diferencia de enfoque -declaró al periódico Nueva Presencia-. Yo no creo en la diplomacia silenciosa en épocas de crisis agudas, y tampoco pienso que sólo con gritos en la calle se puede hacer mucho. Las dos formas de lucha tienen que complementarse para lograr un buen resultado. La complicidad, más que a la dirigencia judía le cabe al pueblo argentino, a los millones de argentinos que sabían muy bien lo que pasaba”.
Cautela
Según Dobry, la entidad trató de manejarse puertas hacia afuera con cautela a la hora de enfrentar al Gobierno por las violaciones a los derechos humanos, e intentó confrontar a las Fuerzas Armadas. “Realizó gestiones para pedir por los jóvenes israelitas secuestrados, pero nunca las hicieron públicas ni tampoco las comunicaron a los familiares de las víctimas”, recordó.
Añadió que sus directivos le solicitaban al gobierno de facto información de personas detenidas a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) y de desaparecidos. “Con los primeros lograron ciertas concesiones, como que los rabinos pudieran acceder a las cárceles a prestarles apoyo espiritual y, en algunos casos, hasta obtuvieron su liberación. En cambio, la suerte de los desaparecidos fue muy distinta ya que pudieron salvar sólo a Marcos Resnizky”. La justificación de los directivos de la época sobre el silencio, afirmó Dobry, es que lo hicieron para salvaguardar la seguridad y la continuidad de la vida comunitaria. “Teníamos que asegurar la educación y la asistencia social, y trabajar para quienes querían optar por salir a Israel”, explicó Mario Gorenstein, presidente de la AMIA entre 1973 y 1978 y de la DAIA entre 1980 y 1982.